EL DUELO Igor Barreto

September 23, 2017 | Author: Sandra Turza | Category: N/A
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EL DUELO (2010)

Quisiera agradecer a don Adrián Castro sus sabias observaciones sobre el mundo de los caballos.

En esta hora… ALY PÉREZ

…y te mira desde su roca de miseria, su soledad, su enorme hambre. ELISEO DIEGO. La niña del bosque.

Quienquiera que deja ese potro afuera tan tarde, cuando los demás animales están en el establo, hay que avisarle para que salga y lo haga entrar. ROBERT FROST. El potro desbocado.

¿Qué te importa si la gente pasa hambre?, gruñó enfadado. ¿Acaso los sacias cuando escribes obras de teatro sobre el hambre? BRECHT A BRONMEN. Julio, 1923

La sangre crea melaza Grafiti. En un barrio de Caracas, 2009

MARY RAMSEI Finca San Gregorio

Ocurrió hace dos años. Tengo una cría de árabes puros, y algunos caballos apalussa que son más ganaderos. Pero el árabe es un animal noble, inteligente, y ligado al hombre por motivos históricos. Éste fue un caballo hijo de mi primer padrote. Desapareció sin señal, ni sonido. En la mañana descubrimos su ausencia. Lo recuerdo como el reflejo de su padre, Bracafit, su reflejo en color y temperamento. Era alazano patas blancas, y muy noble, muy noble. Un potro cincuañero que se adaptó a la silla rápidamente. Alegre para salir. Los vaqueros se peleaban por la oportunidad de montarlo, por ser tan generoso, siendo aún joven. El dolor grande fue descubrir que el caballo no estaba. Había viajado por aquellos días a la feria de Upata. Al conocer la noticia regresé de inmediato y hablé con Germán, caporal de la finca: «Bueno, debemos empezar a buscar y preguntar a los vecinos», y así lo hicimos. Germán encontró huellas y las siguió. Habló con la gente en el camino: «Sí, anoche vimos pasar a un jinete en un caballo». El robo de caballos siempre ha sido más simple que el robo de ganado. Al ganado uno tiene que arrearlo y se requiere de mucha valentía. Si el caballo es manso de silla, el ladrón se monta y se lo lleva. Continuamos tras las pistas hasta dar con el lugar donde lo habían matado. En el sitio se extendía una cuajada de sangre en medio de un claro de hierba rala, a ratos verde. Allí también enterraron sus restos, el entierro no lo hicieron a tanta profundidad y la cola del caballo quedó afuera. Lo identificamos por el color de la pelambre de la cola. Para estar seguros removimos la tierra

suelta y así pudimos ver la cabeza del caballo. Entonces, no hubo dudas. Me dicen que su carne la vendieron en las calles de un pueblo cercano. Germán es buen vaquero y el sentir que él tiene hacia los caballos es idéntico al mío. Hemos perdido ganado, hemos encontrado cueros y patas de una vaca que han matado en un bosque de galería o a la orilla de una cañada, en un lugar secreto. Pero lo ocurrido es peor, por la naturaleza y el uso que dimos al caballo, para acompañarnos. El hambre hizo todo esto. El hambre que rompe, destroza, corta, quiebra. En la caverna de la boca ya no veo palabras, sólo hambre.

ELEGÍA

En el campo yace en lugar oculto

bajo helechos arborescentes

hay una mancha sobre las hojas

junto a huellas

de pasos extraños.

De lejos llega el olor

de su cabeza de caballo enterrado:

las hilachas de su cola esparcidas

y unos huesos finamente blanqueados.

En la granja vivió como otros potros

en la corraleja, al este de la casa.

A contemplarlo fui tantas veces:

sus orejas de zorro

el viento bronco de sus narices hinchadas

la estela del salto sobre la barda

y aquel galope inmortal y grácil.

Su corazón quedó como una fuente en una selva sagrada.

Rubén Darío

Los caballos sólo poseen emociones elementales.

La invariable conducta del animal presa.

Como el gallo de los bosques que vuela a una rama

para protegerse, así el caballo también se arroja

en una carrera desmedida a campo abierto.

MARY

De muy joven deseaba tener caballos. Entonces, vivía en una modesta urbanización por un camino de tierra al oriente entre Pennsylvania y New Jersey. Recuerdo la ronda del alguacil en su dodge de pintura metalizada, los jardincillos de carnosas petunias y los patios de grama

inmaculadamente solos. ¡Oh! bosques y lagos de Medford Lakes si no fuera por ustedes qué hubiera hecho yo de mí. Nunca hubiese vestido la casaca y el fuete tensado con fuerza de la aprendiz de equitación. Mi maestro era un alemán llamado William Locklear, un hombre anciano que amaba los versos de Heine y me reprendía por mi falta de equilibrio en el piafé. Esa fue mi única culpa: limpié caballerizas, descubrí el vaho de vapor que los caballos despiden al bañarlos y la paciencia de untar con aceite los aperos. Pero mi suerte estaba en otro lugar como una manzana que cambia la cesta de mimbre por el bolsillo del viajero en un tren y luego un barco

y al final un país de helechos arborescentes llamado Venezuela. Un país con la forma de una mancha de sangre. A menudo recuerdo el sol de los potreros, los cirros estriados del verano y las campánulas con flores lilas de medio luto. Aquella potranca árabe de piel castaña pastando cerca de la casa al término de un día inclemente. No puedo olvidar los hijos que tuve, sus ropas posadas en los arbustos como palomas blancas. Dicen que la esperanza llama a una puerta que siempre se abre, pero al paso de los años un caballo se alcanza con sus propias patas, pisándose él mismo, así también le ocurre a uno porque la muerte sueña con cosas bellas.

El potro no nacerá. Bajo las hojas:

Un hombre dejó estas amargas bayas En nuestras manos.

Saint John Perse

RELEYENDO UNA FÁBULA DE ESOPO

No fue un ciervo gris de por lo menos once cuartas de altura y musgosa cornamenta lo que vio Esopo acorralado por los lobos en atropellada carrera hacia el bosque. La cornamenta, el orgulloso coral en el océano de aire, detuvo al ciervo mortalmente entre las ramas de un abeto. ¡No!, la verdadera historia es que el esclavo Esopo recibió de su señor Janto de Samos, en premio por sus fábulas, un caballo árabe. Un equus de pequeña altura y cuello de cisne, tan moro y de galope sostenido que era una aparición inesperada. A Esopo le resultó intocable: La belleza no lo protegerá. Janto de Samos lo sabía, la finalidad de aquel magnífico caballo era la muerte: un vientre abierto, y un lobo en un cofre de oro.

SIMULACIÓN DE OVIDIO

Estos son paisajes de una comicidad macabra, la naturaleza recubre y paraliza todo, nadie en definitiva es responsable. Hay una evidente falta de gravedad, una falta de peso. Tan cerca está la frontera del mundo que hombres y dioses quisieran huir. Ayer nomás podía cerrar los ojos pero hoy la vida se me ofrece sólo para morir despierto. No sé: Qué dicen y Quién dice, –sospecho de todos–. La brutalidad absoluta tiene su espíritu, y este podría alcanzarnos. Pido a ustedes disculpas, siento que no podré hacer nada, pero mi pensamiento tiene derecho.

COLORES SUCIOS

En la caballeriza el caballo era alazano contra las paredes blancas: en una esquina había un bebedero con la huella repetida de su sombra y en la otra una paca de heno colgaba de un clavo. Esta imagen no fue extraída precisamente de un cuadro de Géricault: pintado con gallardía épica. El caballo que vive en la caballeriza sólo asoma su cabeza

y una mosca lo hace parpadear o le provoca un temblor casi eléctrico. Si el caballo pudiera soñar, si tan sólo se pensara ramoneando el pasto bajo las flores anaranjadas del flamboyán y su mente no permaneciera en blanco.

EL BAÑO

Están bañando al potrillo moro de tres meses. Su dueño lo inmoviliza agarrándole con una mano su cola y con la otra su cuello. El potrillo siente miedo por primera vez: podríamos decir que el miedo es ahora un hilo de resina que ata cada músculo, cada hueso. Desde hoy caerá en el miedo. Quizás el dueño lo sabe, pero es seguro que todo esto

lo divierte.

Un caballo teme a su propio silencio

que yo juzgo trascendente

pero que otro desconoce

y con violencia lo hace suyo.

El que viene a matar

ve en el caballo sólo su peso

y aquella mudez sin nombre

entre

la maleza

bajo la sombra de unos árboles

también sin nombre.

El caballo árabe es de lomo corto porque tiene unas vértebras menos:

pero su corazón es mejor de lo que fue físicamente.

Eran

arbustos adornados que nacían de la tierra.

EL TRISTE

El Triste hizo un festín en un claro del bosque

y trajo cucharones y tenedores

para una sopa doliente.

Sobre la mesa de aquella cena la imagen de Cristo

insistía en volver benigna la pobreza.

Piedad para nosotros los devorados por dentro.

De la boca inferior de El Triste sale un algo cuadrúpedo:

el errante caballo pordiosero.

Por el camino de sus viseras se llega a la imagen de un prado:

allí estuvimos, allí estuvimos.

Dicen que El Triste abría su boca

–ancha– más allá del límite:

hombres-olla, hombres-caldero.

Pero los viejos tontos son los mayores tontos

y Cristo aún insiste sobre el caballo desmembrado

y el juego de poner la cola en la trompa

y la trompa en el culo.

¡Oh! qué gran cabrón

ante el verdor temprano de los cedros

cuando un sol renacido volvía

a despertar lentamente.

APROPIACIÓN DE LOS MÁS HERMOSOS CABALLOS DE CORMAC MCCARTHY

Aquella noche soñé con caballos muertos, pastaban en una altiplanicie donde las lluvias de primavera habían hecho crecer la hierba. Flores azules y amarillas se extendían hasta donde alcanzaba la vista y en el sueño me encontraba solo entre caballos, entre yeguas jóvenes y potrancas que corrían por la llanura con su suntuoso color alazano y sus matices castaños, brillando al sol. Y los potros junto a sus madres aplastaban con tiernos cascos aquellas flores en una neblina de polen

como si fuera oro puro. Aún amamos la superficie de la tierra. Los caballos de tres años en adelante iban al galope por altas mesetas estremecidas. No había otra cosa que una música resonando entre caballos. No existía el miedo, y aquella resonancia era el propio mundo: estelas en el aire, presencias indescriptibles.

Veo los caballos y entiendo su miedo.

Son sentimientos confrontados:

su espíritu de acuerdo, su afán de confianza

y nuestro deseo de poseerlos con violencia:

¿a qué amistad nos llaman si somos carnívoros?

SIMPLES PALABRAS

I Yo soy herbívoro y no te haré daño.

II Estoy reprimido en el hambre.

DOS TESTIMONIOS

I

En la ciudad dormitorio de San Francisco de las Peñas encontré a un carpintero que vivía de hacer caballos de madera hasta convertir aquella imagen en el denario de su vida. El caballo lo era todo para él. Dura memoria: la enfermedad de su hijo costó cinco caballos, y un viaje al mar tan sólo dos. El caballo iba a galope en el sueño, peleando la rienda, extraviado en un desierto de sal,

sin abrigo en el horizonte blanco.

II

En el reino de la palma –Mauritia minor– conocí a Ramón María Castillo que era «del arte», es decir: un domador que adiestraba caballos con silbidos y cortos gritos. Lo observé a la distancia intentando adivinar sus tretas de mago. La verdad, bien sabe Dios, es que nació mi asombro al verlo

amarrar la brida al tronco de un arbusto de mediana copa y colocarse de espaldas al animal y voltear bruscamente para asustarlo, hasta que el garañón se percataba de aquellas bromas predecibles, y casi deletreaba la palabra: j u e g o, de la mano del astuto jinete.

ANTONIO MOSQUERA Finca Las Peñas

Cuando compré aquel caballo tenía apenas seis meses de edad. Su dueño llegó a mi casa con la yegua y lo destetamos para la compra. Después de unos años lo destiné a la cría y empezó a darme animales que fueron muy reconocidos. Era un caballo alazano. Me gusta ese color porque resulta fácil criar caballos alazanos: yegua alazana con caballo alazano no puede dar otro color que no sea alazano. Cuando ocurre su muerte el caballo tenía diez años y una presencia adusta, casi pétrea. Un caballo cuarto de milla, ganadero, un caballo de corte y aparte. Pastaba en un potrero cerca de la casa y una mala noche (…) Lástima no haber comprendido lo que pudo decir aquel animal. A veces compartir una emoción no es suficiente para evitar una tragedia ¿me entiende usted? A lo mejor el caballo llegó a presentir algo fatal, no lo sabemos. Los caballos se comunican mediante un lenguaje precario: por la forma como te ven, como mueven las orejas, claro, no son mensajes explícitos. He leído fragmentos del tratado de Jenofonte sobre equitación y en los códices de Hammurabi también se habla de caballos, lo cierto es que he buscado vanamente la manera de entenderlos. Recuerdo que desapareció una tarde, a esa hora cuando el día se encuentra entre dos luces. Un gran amigo, Gregorio Landaeta, se acercó hasta mi cuarto para anunciarme la noticia: «El caballo no está en el potrero». Empezamos a rastrear con potentes linternas y encontramos donde cortaron el alambre de la cerca y el sendero por el cual lo sacaron.

Seguimos a pie y llegamos a un pueblo muy solo llamado Amana Abajo. Lo mataron a las tres de la madrugada. Al parecer con una barra de hierro golpearon su cabeza y luego lo degollaron. Fui a tratar de rescatarlo, yo pagaba lo que pidieran, pero ya era tarde. El que lo mató se llama Oswaldo Palmar. Un día me lo encontré caminando al borde de la carretera y al verme salió corriendo y se internó en el monte. En el lugar donde murió el caballo sólo quedaron sus patas y su cabeza. La carne la vendieron en el mercado. Sentí rabia, estaba dolido. Incluso hubo quien pudo verlo: «Un jinete pasó de madrugada a todo galope». Siempre he vivido entre caballos. Cuando me encuentro alicaído me voy a los corrales, los baño, los peino, me monto en ellos y boto la tristeza.

DESTINO

No habrá Caronte, ni olmos puntiagudos. Los caballos no cruzan un río cuando mueren. Su memoria desaparece en el instante del destello del golpe en su cráneo. Todo quedará

bajo la sombra de unos cedros, junto al camino de greda por donde llegan los compradores de carne: la del sacro pecho, la de su lomo tantas veces acariciado. Aun así, el caballo no condenará a nadie. La belleza muere simplemente y en otro cuerpo será encontrada. Silenciosos caballos privados de la queja y la plegaria. Pero su miedo tendrá fin, y desaparecerá para siempre.

IMÁGENES LUEGO DE LA DESAPARICIÓN DE UN CABALLO

El antipaisaje, el antirrío, los antiamigos, la antizanahoria, el anticorral, los antiturrones de azúcar, la antiniña de pelo largo, la antifogata, el antivaquero con su silla y antibotas, el antilucero de la mañana, los antiperros…

El caballo ha quedado

en un pequeño depósito

de memoria inmediata.

La llama blanca

devora los bosques

el pino espesa su aceite

–y tú no estás–

el torrente

se ha demorado

en los ojos

del mirlo.

De sus relinchos sólo quedaron

músicas dormidas

justo a la hora en que todo estaba a resguardo:

el árbol en la arboleda.

ANTONIO MOSQUERA

Ahora que olvidé el arte de utilizar la navaja quisiera recordar tres caballos que también perdí: Uno alazano llamado Bronco, juntos visitamos una finca al final de un camino de tierra que cruzaba una autopista con bordes de paja de agua y un basural donde había garzas y árboles irreales, era un caballo de tres años. Luego tuve a Farol y a Famoso. Mis caballos no están en venta.

Farol murió de una cornada con relincho grave. Y a Famoso el miedo le afilaba las orejas y levantaba la cabeza dando dos pasos atrás. De ellos aprendí que todas las heridas no son iguales. Los caballos huelen a pasto macerado, al sudor de otros animales, a muchas hojas estrujadas contra la palma de la mano y pequeños valles entre las dunas rojizas del atardecer.

ERAN LAS ONCE…

Eran las once de la noche cuando el jinete pasó cerca de la laguna de Chaparral, la única que permanece con agua durante el verano. En ese momento escuchó la algazara de los patos yaguazos anidados en el mangle orillero. Más tarde fueron quedando atrás aquellos cantos que poco a poco se apagaron. Cabalgaba hacia el norte, de sur a norte, o sea de la costa del río Cunaviche a la costa del río Arauca. Mucho rato después comenzó a oír los patos nuevamente, pero hacia adelante, y esto lo confundió, y al parecer le ocurría lo que refieren los vaqueros de los desiertos cercanos: que cuando uno se pierde, lo que se pierde en verdad es la cabeza: la cabeza le daba vueltas, girando con vértigo. Descendió del caballo y se acostó boca abajo contra la arcilla negra, a un lado de la bestia. Permaneció echado en aquella posición: sus dos orejas le decían que la tierra era redonda y simple. Muy cerca, y ante la ausencia de pasto tierno, unos venados deshojaban un arbusto de guayabas y también un zorro enfermo de rabia apuraba el paso hacia algún abrevadero. Cuando alcanzó a ponerse de pie, se sentía más tranquilo. Una brisa suave rozó su cara por el lado izquierdo y en el centro del cielo se distinguía un grupo de luceros rojizos, entre ellos era muy visible el brillo de la constelación de los Tres Reyes. Entonces, pudo retomar su rumbo, por los caminos que no se ven, hacia el norte. Y llegó a su casa.

Oh, los coros de la radio: tristes caballos.

Nadie pasará mucho tiempo en esta tierra.

PRESENTIMIENTO

Aquella noche caminaba por el potrero

y me sorprendió la silueta de un caballo alazano

tendido sobre la tierra.

¿Está muerto?

En este preciso lugar construiré una capilla

y la adornaré con lirios de plástico

que propicien la melancolía.

Las Pléyades fueron siete cigarros

apagados contra el cosmos.

Pero… al acercarme me di cuenta

de que –sólo por minutos–

los caballos secretamente duermen

desafiando cualquier apariencia.

CRÓNICA

I Al bajar del automóvil la tierra era tan plana que casi me voy de bruces.

II Todo olía a agua de inundación.

El río violento arrasaba el país.

III Yo nada puedo hacer: soy un poeta, un decorador de iglesias, un retratista.

DESEO

DE MUERTE

(Klaus Mann huye del fascismo)

Terrible tristeza, todo bajo la sombra. Deseo de muerte. Ninguna otra cosa. La misma bandera ondeará en el Kremlin, en una torre de Praga o en un palacio de París. Algunos amigos han llegado a Lissabon, otros, han aceptado su suerte. Éramos abejas en una botella:

Ernst Weiss, Walter Hansenclever, Stefan Zweig, Benjamin: ¿cuánto más podríamos tolerar esto? Te deseo, eres bienvenida, me gustarías mucho. Hoy 27, es un asunto decidido.

AVISO

Frente a la barbarie hay un cierto aire de cordura que es verdaderamente repugnante.

El cielo:

su vastedad y forma

lo imita todo.

LA BATALLA DE SAN ROMANO

Bajo cúmulos de nubes negras como ciudades gaseosas y amenazantes conocí al escultor Miguel von Dangel quien rescató a un caballo de la muerte. Fue una suerte de ekphrasis plástica, quiero decir, una transformación lozana, como si la vida entrara al taller de un ceramista

donde se abrillantan las figuras para exhibirlas de escorzo. Von Dangel recogió al caballo del pavimento de una autopista donde yacía atropellado por un camión de barandas. Fue un crash-crash y el caballo rodó hasta la mesa marcada por gubias y cinceles y remanentes de óleo como hojas rojas y verdes. Dicen que Miguel von Dangel bebió y durmió el banquete de los ausentes y por eso Paolo Ucello le mostró sus tres recuerdos de la batalla de san Romano, la que también se llamaría la Derrota de san Romano: había tantas monturas en el roce de aquel combate

y enyelmados ángeles con adargas de fresno que al despertar Von Dangel encontró a su caballo muerto punzado con una lanza desde el pecho al abultado vientre. Como pudo, el escultor lo puso en pie y lo bañó en resina que se mezcló con sangre y encapsuló los músculos. El caballo se fue armando al igual que aquellos enardecidos de la Derrota de san Romano con bridas y petos a los costados, y aquella lanza que lo atravesaba desde el pecho

completó

el nuevo equilibrio de otra vida.

INDIFERENCIA

Dura poco la muerte en esos lugares señalados.

Injustamente hoy

sólo hay trozos

de corteza

y rastrojos floridos:

en el cielo no ocurrieron aberraciones gramaticales

ni asomó su cabeza el viejo topo, el excelente zapador.

Lo digo yo que vengo de una familia de ironistas.

Apenas sentí, en labios y ojos

la tibia gravedad de los poemas silvestres.

EJERCICIOS

DE OLVIDO

Me tiendo sobre la cama para olvidarlo todo, me siento en una silla queriendo olvidarlo todo.

Es una situación irregular. Desde la muerte el poeta Enrique Lihn escribe: Lo real ha invadido lo real… y no hay escapatoria. Ahora mis ojos se cierran y las palabras flotan. En la pantalla del ordenador unos caballos se detienen sobreexpuestos. Ya no recuerdo quién era, ni en qué país vivía.

EL

OJO

El ojo de un caballo

es un ojo de agua: un balde rebosado, una laguna, un lago. Mientras más ascendemos más distinguimos nítidamente la forma de aquel ojo. La tierra está fija y mira cómo nos apartamos.

La naturaleza es un caballo tordo espantado por un rayo.

INRI

Del taller del ceramista llegaron estas réplicas de caballos que ahora ordeno

sobre la estantería de la biblioteca. Pequeñas copias labradas con esmero para la superación de lo vivo. Pero… en este trance –subido a la escalera de cinco peldaños– resbalo y ¡Ah! la muerte: el corralito de la mente donde juntos estaremos estos recordados caballos y yo.

Ensancharse

y sacar el animal del canto.

HAMBRE

Tienen hambre y han abierto la boca.

Un árbol entero podría colocarse en ella

y un río entero, hasta unas montañas

con sus picos y lomas. Todo cabría

envuelto en saliva, en paños blancos.

La saliva se estira y ablanda el paisaje:

unas vacas pastan en la profundidad de su inocencia

y los caballos sobre la barda como estelas funerarias.

Piedad para los que son pasto y hueso

porque luego serán triturados por el deseo

bajo el cielo incendiados, y el ansia

y las paredes del cosmos se moverán

y el paisaje quedará guardado en el saco ácido de la desmemoria.

El deseo de comer lo incomible:

el perro fiel calles y aceras, edificios y trenes.

La hoguera de vidrio de la pequeña ciudad está encendida.

Devoración, devoración, no importa cuánto y cómo.

La hambruna, la resaca súbita del ánimo

una epidemia masiva,

la voracidad

el ventoso remolino de las aves carnívoras, el entenebrecimiento.

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